[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Menú popular”. (Midjourney/Perú21)
[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Menú popular”. (Midjourney/Perú21)

Hubo una vez en que el pollo pagó el pato. Hacia 1995, la economía estaba ordenada y tenía la inflación bajo control. Pero el pollo subió de precio y presionó el alza de la canasta familiar. En realidad, el pollo es un saco de maíz a las siete semanas, lo que cuesta es el alimento. Si sube el alimento, el precio del pollo también sube. No hay mucho que analizar. Pero el gobierno se asustó. ¿Corría peligro la recuperación económica? Sospecharon que las empresas avícolas habían concertado precios, les echaron la culpa y una multa multimillonaria, la primera de la historia del país. El juicio duró 12 años. Al final, perdieron las avícolas. Sin embargo, en el afán de abrir trocha a los nuevos derechos de protección al consumidor, se olvidó el tema clave. Para concertar precios, la demanda debe ser inelástica, esto es, el consumidor debe seguir comprando lo mismo no importa cuánto suba el precio. Esto no ocurre con el pollo. Es verdad que es el alimento favorito, pero el pueblo lo compra hasta el precio que le permita su pobreza. Por encima de ese valor sustituyen el pollo caro por un alimento más barato, usualmente proteínas vegetales (lentejas). El pollo, por tanto, tiene una demanda elástica. No es posible concertar, porque si sube el precio, la demanda cae. Pero así fueron las cosas.

Las lentejas no siempre son un alimento barato. A veces cuestan una fortuna.  Esaú, por ejemplo, cedió su primogenitura a su hermano Jacob por un plato de ellas. En tiempos bíblicos, la primogenitura era todo el patrimonio familiar. Más cerca en el tiempo, se pusieron de moda las tertulias de políticos, empresarios y famosos de todo tipo. Alguien solventaba el almuerzo y el bar libre. La idea era que las broncas acumuladas por dimes y diretes, por cachitas e insultos, decantaran en la molicie de la sobremesa, al calor de los piscos y, cuando los hubiera, de una guitarra y un cajón. Si no se arreglaban los problemas del país, al menos se comía y bebía rico. La más famosa fue la de la Mona Jiménez, peruana, residente en Madrid. A la muerte de Franco organizó tertulias más bien austeras, a base de un plato de lentejas. Con el tiempo se hicieron tradición y en ellas se fueron acercando posiciones hasta lograr los pactos que permitieron a España transitar de la dictadura a la democracia. Luego regresó al barrio y organizó platos de lentejas para nuestros clanes políticos en Lima. Perfeccionó el arte diabólico de hacer comer juntos a perro, pericote y gato, como San Martín. Pero, como sucede con los inmortales, murió antes de tiempo. Nadie le tomó la posta.

Antes los políticos gozaban de alguna fama porque debían hablar en plaza, entretener a la gente y decir algo inteligente. No era mucha garantía, es verdad. El último gran ejemplar fue Alan García. Gobernó una vez mal, otra no tanto y su final, que ya ocurrió, está por ser escrito. Ahora, en cambio, no se exige saber hablar ni pensar, creo que tampoco saber entender lo poco que se lee. La degradación de la política ha permitido que cualquiera tenga cargo porque se cosechan votos con malas artes. Antes, las buenas maneras eran entenderse con los otros. Las ideas no se respetaban, que es lo que corresponde, porque las ideas, propias y ajenas, están para ser cuestionadas. Lo que se respetaba era al prójimo. Cortesía obligaba, no solo al saludo, sino a corresponder invitaciones y, por lo general, se conversaba. Y, como se dice, hablando se entiende la gente. La política oficial se hacía en la escena pública, con pompas y rituales, pero la política de verdad se hacía en tertulias, sin los rigores del protocolo, ideando, negociando y pactando. Ahora esas son malas palabras, porque están preñadas de repartijas y corrupción. No es políticamente correcto acercarse al adversario, porque contamina y, mientras se le insulta, nos alejamos más. Pero los verbos no tienen la culpa. El buen futuro se tendrá que construir proponiendo, negociando y pactando. Para eso es necesario saber tertuliar y, claro, llevar unas ideas bien trabajadas con presupuesto, no solo pisco.

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