Latido, testimonio, rebelión, industria. El documental narra el mestizaje y la apropiación del rock en la región, y recoge testimonios de artistas como Alex Lora, Charly García, Fito Páez, Rubén Albarrán, Julieta Venegas y Andrea Echeverri. (Netflix).
Latido, testimonio, rebelión, industria. El documental narra el mestizaje y la apropiación del rock en la región, y recoge testimonios de artistas como Alex Lora, Charly García, Fito Páez, Rubén Albarrán, Julieta Venegas y Andrea Echeverri. (Netflix).

Para la mitad del siglo XX, cuatro jóvenes latinoamericanos –entusiastas pero inexpertos en las lides musicales– se juntaban y no pasaba nada. De ahí, lo que vendría parece un acto de brujería, tal vez algo real maravilloso. Con la llegada del y su filosofía de “hazlo tú mismo”, pudo resonar aquello que tenían que decir. En ese momento, las cosas empezaron a cambiar.

El rock se convirtió en un modo de expresión. Ya no era necesaria una formación formal para tomar la guitarra, el bajo, la batería y el micrófono y dejar sentado aquello que sentían necesario transmitir.

“Es muy brujería que un grupo de pibes juntos hagan una canción y pase algo”, dice Vicentico, líder de Los Fabulosos Cadillacs, en el documental que estrenó hace unos días Netflix. Tiene seis capítulos y se llama Rompan todo: La historia del rock en América Latina.

La docuserie cubre seis décadas del rock en estas geografías. Y es que allá por los 50, una generación de músicos soñó con ser libre en el retumbar de un parlante, en el desenfreno de un ritmo enérgico, en el vigor de una juventud que lo prometía todo, que lo era todo. Comienza la historia.

El origen y el caso peruano

Dio sus primeros pasos como una transposición, con grupos mexicanos que cantaban clásicos del rock estadounidense traducidos al español. Y poco a poco se fue aclimatando. Así, se presenta el caso de bandas pioneras mexicanas como Los Teen Tops, Los Rebeldes del Rock o Los Locos del Ritmo.

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Pasando a los 60 y haciendo un recorrido por las capitales donde se desarrolló este género que se iba asimilando para crear un lenguaje propio, las cámaras aterrizan en Lima. Son entrevistados Juan Luis Pereira de Los Shain’s y El Polen, César ‘Papi’ Castrillón de Los Saicos y Octavio Castillo de Frágil para reseñar el impacto que esta ola musical tuvo en Perú. El espíritu de esa rebeldía –se cuenta– se liberaba las mañanas de los domingos y tenía como escenario los cines de barrio. Eran las llamadas matinales, pequeños festivales de grupos de rock. Y también llegaba a la televisión.

El viaje continúa en otras capitales rastreando el desarrollo de un género que se volvería un gigante ecléctico al mezclarse con las raíces de cada rincón. La idea es “no solo cantar en nuestro idioma, sino tocar en nuestro idioma”, dice el argentino Gustavo Santaolalla, productor ejecutivo del documental y quien ha jugado un rol fundamental en la historia del rock latinoamericano, como artista con la banda Arco Iris y como productor de Café Tacvba, Maldita Vecindad y otras piezas claves del rompecabezas.

Explosiones y mitos

Muchos fenómenos corren en las décadas posteriores, tiempos de convulsión y dictaduras. El documental eslabona lo musical con los principales cambios sociales y políticos de la región. El rock es catalizador y válvula de escape. Inflación, matanzas, estados de sitio, crisis económicas. Una caja de resonancia. Si se gesta una bomba de tiempo en la sociedad, la música da el primer aviso.

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En un capítulo, el cantautor argentino León Gieco cuenta que en el 78 tuvo una cita en el Primer Cuerpo del Ejército; en ella, un general sacó un arma de su escritorio y le apuntó: “La próxima vez que toque esa canción yo le voy a pegar un disparo en la cabeza”. La canción es “Solo le pido a Dios” y dice: “Que la guerra no me sea indiferente / Es un monstruo grande y pisa fuerte”.

Una época que era crisol para otro tipo de canto. Ante desaparecidos y exilios forzosos, el rock elige no cegarse. En Chile, más adelante, aparece la conciencia política de Los Prisioneros, el cable a la realidad de Los Tres en el contexto del pinochetismo.

Más adelante en los 80, concurriría una era de diversión, distensión, juego. De danza, trance y euforia. Soda Stereo consolida la internacionalización del rock con giras y bajo el paraguas de la inversión de la multinacional Sony. Con otros actores también, el rock produce sus propios mitos.

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También se aborda el papel que jugó MTV Latino en esta integración comercial y de difusión musical más allá de las fronteras nacionales.

Capítulo a capítulo, se repasan obras maestras, experimentaciones, himnos, retratos de un tiempo e hitos culturales. Irrefutable rock. La cresta de la ola. La producción hace hincapié en el innegable aporte de artistas mujeres, lo cual es uno de sus aciertos.

El documental, sin embargo, pone especial énfasis en el caso de Argentina y México, lo que le ha valido distintas críticas. Más que la historia del rock en América Latina, lo que ofrece es una historia, la cual tendrá que ser discutida y completada para incluir a todos esos relegados que aportaron más allá de los grandes carteles y los medios.

“¡Rompan todo! ¡A la violencia se responde con violencia!”, aseguran que gritó el cantante argentino Billy Bond al frente de La Pesada del Rock and Roll el 20 de octubre de 1972. El caos se había desatado en el mítico Luna Park de Buenos Aires. Cientos de jóvenes se enfrentaban a la Policía. “Rock infernal”, tituló un diario que cubrió el evento. Ese rock infernal ahora es parte indisociable de la música latinoamericana.

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Lo que empezó percibido como invasión extranjera terminó forjando tradición propia, que narra el documental. Una música con la que se tocan las fibras más íntimas del ser humano en esta parte del mundo.

En los tiempos que corren actualmente se dice que el rock está muerto o que está hibernando. No es posible decirlo. Tal vez está ahí a punto de cambiar de máscara y transformarse de nuevo. Habrá que esperar, más allá de la pantalla, al próximo capítulo en la historia de esta manifestación cultural.

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