(Foto: Redes Sociales)
(Foto: Redes Sociales)

No, nos olvidamos del título de esta columna. Está, pero no se ve, es invisible. Lo es porque el texto trata sobre los signos de puntuación. Esas marcas que no son palabras, pero que nos permiten navegarlas cuando yacen en un papel o pantalla. Y quizá uno de los signos de puntuación más importantes y revolucionarios es… el espacio, sí, esa ausencia ordenadora de la escritura como pensada en formas que van de la mirada al significado sin pasar por el oído.

La revolución de los signos de puntuación ocurrió relativamente tarde, hacia finales del siglo VII de nuestra era. Monjes irlandeses, esos genios que para muchos salvaron la cultura por lo menos en Europa, usaron por primera vez los espacios. Eso ocurrió porque escribir se convirtió en algo más que transcribir un discurso oral, hecho para ser expuesto a un auditorio con fines retóricos, o compartido con intensidad con objetivos religiosos.

Aunque cuando hablamos hay pausas entre palabras, estas son muy cortas para ser procesadas conscientemente por nosotros y nuestros interlocutores. Por eso los espacios no parecieron necesarios. Poco a poco, el texto se convirtió en un asunto más bien privado, alejado de quien lo había escrito e independiente de cualquier parlamento, algo que solo tiene eco en la mente de quien lo lee, silencioso, pero que requiere hitos, señales, indicadores y divisiones.

Porque un texto sin signos de interrogación es difícil de leer, como un cuerpo sin vida o una vida desprovista de emociones. Muchos se preguntan si nuestros mensajes de pantalla a pantalla matarán esos glifos, para dejar solamente palabras sueltas mezcladas por emoticones.