(Foto: iStock)
(Foto: iStock)

Desde la literatura y, actualmente, también de las canteras de la teoría de juegos, la filosofía y la inteligencia artificial, provienen recomendaciones acerca de cómo discutir, debatir y criticar de manera elegante al mismo tiempo que provechosa.

En ese sentido, vivimos una verdadera hecatombe. La pandemia ha llevado al extremo la mala leche con la que ya se producían las controversias, especialmente respecto de políticas públicas, en los foros políticos y, también, las polémicas científicas.

Entre los algoritmos que predicen los estados de ánimo y opiniones colectivos y la chilla sin matices de las redes, identidad e integridad se han vuelto sinónimos de posición y argumento. No somos quienes pensamos sino somos lo que pensamos.

Todos los actores asumen una lógica de guerra sin cuartel y creen que lo que está en juego no son sus posiciones sino su sobrevivencia, buscando no convencer ni demostrar, sino destruir y eliminar.

Resumo unas recomendaciones ya añosas de Anatol Rapaport, un psicólogo matemático y social: primero, trata de resumir la posición de tu interlocutor de manera tan clara y justa que él podría haber preferido usar tus palabras en vez de las suyas; en segundo término, ten en tu mente una lista de puntos significativos en los que estás de acuerdo con tu adversario; y, en tercer lugar, acepta que has aprendido mucho de él. Después de lo anterior, solo luego, rebate y critica.

Basta leer un medio escrito, ver un programa en la TV, ojear Twitter o Facebook o escuchar un debate parlamentario para tener claro que esto es guerra.

TAGS RELACIONADOS