Museo del Louvre.  (Foto: AFP)
Museo del Louvre. (Foto: AFP)

¿Cómo simbolizar la ausencia de ser, la inexistencia, la nada? En matemáticas alguien llamó al 0 la nada que es. Pero mucho antes de que mayas o hindúes nos regalaran esa idea genial, nuestros ancestros, cuando se dieron cuenta de que sus existencias tenían plazo, ya estaban representando el vacío.

Hasta se puede decir que la materialización de ese proceso mental revolucionario en la historia de las especies nos hizo lo que somos: tumbas, túmulos, cenotafios, pirámides, cantos fúnebres, procesiones, acompañamientos hasta el borde del otro lado fueron los fundamentos de todas las civilizaciones.

Cuando alguien nos deja definitivamente, donde quiera que vaya, su falta ataca nuestra tranquila seguridad de que todo está controlado. Si otro se fue, también nosotros podríamos no estar. Y los que estamos, los que seguimos siendo, nos reunimos alrededor del cuerpo inerte para despedirlo y lo acompañamos hasta el lugar que va a ser la marca de su ausencia y el monumento a lo que fue.

Pero ahora, que la muerte pende sobre todos, cuando todos hemos perdido control, cuando todos podemos ser sus agentes, a veces sus testigos de primera mano, a través de relatos de personas cercanas o de las imágenes de noticieros, casi no tenemos tiempo de procesarla.

Además, en razón de ciertos protocolos, la imposibilidad de acompañar a quien lucha por su vida, de despedirse en caso de que la pierda, de ofrecer el consuelo de la fe que profesa, añade un escollo más a los procesos de duelo, para no hablar de la ausencia de aquellas ceremonias que nos hacen humanos, como velar, enterrar, reunirse.

Es un poco la muerte sin memoria, de la presencia a la ausencia, sin nada que permita asimilar, simbolizar ni socializar.