"Si bien ya lo había decidido y estaba listo para entregarse, no pudo evitar un miedo inesperado, un repentino temor al ver la anunciada y coordinada llegada del Equipo Especial de la Fiscalía".
"Si bien ya lo había decidido y estaba listo para entregarse, no pudo evitar un miedo inesperado, un repentino temor al ver la anunciada y coordinada llegada del Equipo Especial de la Fiscalía".

Algunos años después, frente al pelotón del Equipo Especial de la Fiscalía, Fray Vásquez había de recordar aquella tarde remota en que su tío Pedro Castillo lo llevó a conocer la casa del jirón Sarratea. Aquella pequeña calle era entonces una más de las tantas que, anónimas y tímidas, se multiplicaban en los alrededores, con las esquinas de concreto quebrado y con sus pistas llenas de piedras grandes, redondas y lozanas, como huevos prehistóricos.

Como todos los años electorales, una banda de candidatos, la mayoría gitanos desarrapados, plantaba su carpa cerca del Jurado Nacional de Elecciones, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer las promesas de campaña que —sabían— iban a incumplir. Fray Vásquez sentía que el corazón le saltaba de emoción en el pecho, como un animalito chúcaro enjaulado, porque su tío, hermano menor de su madre, no solo era uno de aquellos aventureros, sino que, por alguna improbable alineación de planetas, había logrado pasar a la segunda vuelta.

—¡Tío! —exclamó Fray Vásquez— ¡Te felicito! Vas a ver que nadie nos para hasta Palacio.

Castillo se puso de pie y caminó hasta detenerse frente a su sobrino. Lo miró, le sonrió ampliamente, como si estuviera posando para un poster publicitario, y le dio un fuerte y sentido abrazo. Tras una breve cháchara, Castillo le explicó que la casa donde estaban le servía como oficina privada. Le confesó que necesitaba a alguien de confianza para que reciba a los invitados.

—¿Alguien que coordine tu agenda? —preguntó Fray Vasquéz.

—Más bien alguien que estacione y cuide los carros.

No era la tarea más prometedora, pero Fray Vásquez sabía que podía sacarle provecho. Hizo su tarea sin queja alguna. Sin embargo, lo que le molestaba sobremanera era el sonido de los pájaros. Turpiales, canarios, azulejos y petirrojos no solo de la propia casa, sino todos los que habitaban la calle. El murmullo de tantas aves llegó a ser tan aturdidor, que Fray Vásquez se tapó los oídos con cera de abejas para no perder el sentido de la realidad. Pocos encontraron la casa orientados, no por artilugios de localización, sino por el incesante canto de los pájaros.

Cuando Pedro Castillo ganó las elecciones presidenciales, la actividad en torno a la calle Sarratea —en ese momento el centro neurálgico del poder— se había vuelto febril, extenuante. Para entonces, Fray Vásquez ya no era el mismo. Con el paso de los días, y sin que nadie se lo pidiera, había iniciado el silencioso y sinuoso proceso de arrogarse nuevas responsabilidades. Así, empezó a tomar nota de los que llegaban, también se fue dando cuenta de quiénes se quedaban más tiempo en la casa, de quienes eran despachados sin mayor demora y —nunca faltan— de quienes llegaban con citas inventadas, a probar suerte, a ver si Castillo se animaba a recibirlos. Luego, él mismo empezó a filtrar a la gente hasta que un día, sin mayor aspaviento, empezó a administrar abiertamente ese pequeño gran poder: elegir quién podía o no ver a su tío, el hermano de su madre, para mejor seña, el futuro presidente de la República.

Un día apareció en Sarratea un conocido suyo de los tiempos en que Fray Vásquez se dedicaba al noble y sabroso comercio del pollo a la brasa. A la vista tenía todas las luces de ser un empresario de éxito. Menos visible, sin embargo, era su pasado, un pasado del que no le gustaba hablar. Salvo, desde luego, que alguien quiera saber cómo se puede pasar de ser apresado por robo agravado a —¡la vida y su sentido del humor!— ser dueño de una empresa de seguridad.

—Fray. Hermano, ¿cómo estás? ¿Te acuerdas de mí? Soy Zamir. Zamir Villaverde.

El principio del fin se inició un domingo en televisión nacional: la denuncia sobre la existencia de un despacho clandestino donde Pedro Castillo habría recibido y pactado actos de corrupción con una larga lista de personajes. En forma gradual, fueron surgiendo nombres en la prensa y en las investigaciones formales. Apareció, entre ellos, un tal Villaverde y un tal Vásquez. La acusación fiscal ponía al sobrino del presidente como uno de los principales operadores de la alta corrupción.

—Tío —le dijo por celular a Castillo—. Necesito que me ayudes. Necesito que me consigas al mejor abogado.

—Perdona —le respondió Castillo—, ¿quién eres tú?

Fray Vásquez comprendió, en un segundo profético, que tenía que escapar. Pasó entonces a una suerte de semiclandestinidad. Sabía que algunos de los principales mandos policiales tenían la orden de no capturarlo o, en todo caso, de no poner demasiado empeño en encontrarlo. Un general se dirigió a un grupo de policías así: “Si ven que Fray Vásquez viene por la misma vereda que ustedes, crucen a la vereda del frente. No se topen con él. No hay que complicarse la vida. ¿Para qué perder tiempo, y galones?”.

Casi dos años después, y ya con Dina Boluarte como presidenta, Fray Vásquez dijo hasta aquí nomás. En ese momento se encontraba en Bolivia. No tenía riesgo de ser descubierto, pero estaba harto de vivir así. Aunque otras fuentes señalaron que lo que ya no soportaba era la comida boliviana. Desde entonces, se iniciaron las conversaciones para que Fray Vásquez afronte la justicia. Sin embargo, estas se entramparon porque la Policía quería anunciar que había sido una captura y, por el contrario, Fray Vásquez quería anunciar que había sido una entrega. Se barajó la posibilidad de anunciar que se había entregado justo cuando lo habían capturado. O, también, que lo habían entregado justo cuando él mismo se había capturado. Como se ve, llegar a un acuerdo no fue sencillo.

Finalmente, cuando aquella noche llegó hasta Desaguadero, un golpe interno sacudió a Fray Vásquez. Si bien ya lo había decidido y estaba listo para entregarse, no pudo evitar un miedo inesperado, un repentino temor al ver la anunciada y coordinada llegada del Equipo Especial de la Fiscalía. Sintió, de golpe, como si la muerte estuviera cerca, rondando, esperando el momento justo para darle el zarpazo final. Recordó luego los contados meses en que gastó a manos llenas dinero ajeno y fue lo que siempre quiso ser. Siguió reviviendo todo hasta que llegó al mismo instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía. Entonces, comprendió que le esperaba la cárcel, y que todo lo que había vivido era irrepetible desde siempre y para siempre, porque los sobrinos condenados a veinticuatro meses de prisión preventiva no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra. ¿O sí?


El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!